jueves, 14 de marzo de 2013


  • Treinta años sin Chabuca Granda

Domingo Tamariz Lúcar Periodista

En el rostro y su estampa revoloteaban su voz, su personalidad y dulzura al conjuro de una expresión musical que en sus labios brotó para deleite no solo de su país, sino también de otros territorios.

El viernes 8 pasado se cumplieron 30 años de su fallecimiento, pero sigue embelesando con los compases de "La flor de la canela", "Fina estampa" o "José Antonio", sus canciones más emblemáticas.

Chabuca Granda no era limeña. Había nacido en Cotabambas, Apurímac (1920), pero a los 3 años de edad sus padres la trasladaron a la capital, donde empezó pronto a encariñarse con el pasado de la ciudad y su música, que le llegó al alma desde muy niña.

A los 17 formó, con Pilar Álvarez Calderón, el dúo "Luz y sombra", y un año después ganó un concurso de composiciones criollas convocado por la Municipalidad del Rímac con el tema "Lima de veras".

Con el transcurrir de los años, su producción musical alcanzó 150 composiciones entre valses, polcas y marineras, además de una misa cantada. Chabuca partió a la eternidad, inesperadamente, el 8 de marzo de 1983.

Como periodista, pero sobre todo como amante de su música, he escrito sobre Chabuca alrededor de una docena de notas, al compás de los aniversarios de su partida, en los medios donde he laborado.

Además, he publicado entrevistas que han tenido como referentes a personajes que la conocieron mucho, como Alfonso Grados Bertorini, la 'Gorda' Elena Bustamante y Magda Figueroa –sus amigas más íntimas– y el poeta César Calvo, con quien sostuve una conversación memorable en torno a Chabuca como compositora, artista y mujer. Diálogo que internet ha registrado en varias versiones en su frondoso archivo.

Conocí a María Isabel Granda Larco –ése era su nombre completo– cuando aún no era famosa, a mediados de los años 50, en la boîte Embassy –templo del espectáculo limeño en los llamados "años felices"–. Ocurrió en el ínterin de la entrega del Premio Inca que por esos años concedía una asociación de periodistas del espectáculo a los mejores artistas de la radio, cine y teatro. Y aunque todavía no era conocida, ya había compuesto "La flor de la canela".

La canción era ya interpretada desde hacía tres años por "Los Morochucos", que llevaban como primera guitarra a Óscar Avilés, pero sin mayor resonancia. Sus melódicas voces –especialmente la primera, la de Alejandro Cortez– no le daban el vibrante acento que el tema requería.

Algo que quizá pocos saben es que fueron "Los Chamas", trío que fundé y representé en los años 50, los que impusieron esa canción que la propia autora les enseñó a cantar.

Con "Los Chamas" la canción fue otra cosa, por la fuerza expresiva que le daba Humberto Pejovés, su primera voz. Cuando el trío empezó a cantarla en la radio, la canción empezó enseguida a ser tarareada por el pueblo.

"La flor de la canela" se convirtió, desde entonces, en el otro himno que hasta hoy identifica al Perú en todos los países del planeta.

Fina, inteligente, tierna, espontánea, Chabuca era una mujer que expresaba lo que sentía, así ardiese Troya. Cinco o seis años después de su primera aparición pública, su figura había crecido tanto que la llamaban de Santiago, Caracas, Madrid, ciudades a las que cautivó al llevar una y otra vez "un ovillo de canciones" en el que se mece el Perú con sus sueños, tradiciones y esperanzas.

En su casa, que más de una vez visité, pude ver, gracias a su hija Teresa, sus cientos de discos grabados por los intérpretes más celebrados de la Tierra, así como fotografías en las que aparece siempre hermosa y vital, al lado de los divos de su época.

Y, cosa inaudita, a los pocos años de su muerte se inauguraron en Madrid y tres capitales de Sudamérica óvalos y plazuelas con su nombre. Entre ellas, La Recoleta de Buenos Aires, que gustaba recorrer pasito a paso, y donde alguna vez le habló a su gran amigo bonaerense Antonio Rodríguez Villar "de su entristecida y rebelde impotencia de su amor por el Perú".

Chabuca era universal y su obra, profundamente peruana. Si lo hubiese querido, pudo haberse quedado a vivir en el extranjero, donde valoraban su arte tal vez más que en el nuestro. Pero ella nunca dejó de retornar. "Siempre vuelvo a mi país, pues hay que regresar a la fuente. El Perú es mi gran fuente", solía decir.

Aunque han pasado 30 años, y seguirán pasando muchos más, su "Flor de la canela" seguirá reventando nuestras gargantas, porque es algo muy nuestro; tan nuestro como "Guantanamera" para los cubanos o "Alma llanera" para los venezolanos.

"Chabuca Granda no era limeña. Había nacido en Cotabambas, Apurímac (1920), pero a los 3 años de edad sus padres la trasladaron a la capital, donde empezó pronto a encariñarse con el pasado de la ciudad y su música, que le llegó al alma desde muy niña."

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