Por Augusto Álvarez Rodrich
alvaresrodrich@larepublica.com.pe
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La alta desconfianza ciudadana en la autoridad electoral es una constatación peligrosa no solo por la próxima elección presidencial sino por su efecto en el debilitamiento del sistema democrático en su conjunto.
Hay razones para la desconfianza. Hace solo una década, el país asistió a un fraude montado por Vladimiro Montesinos para la tercera elección de Alberto Fujimori. Esto incluyó una fábrica de firmas falsas para inscribir a –ojo– varios partidos; campañas de demolición en la Tv del ‘Doc’; y la ‘compra’ de las autoridades del JNE y la ONPE, por lo que varias de ellas fueron a la cárcel.
Un hito dramático de la desconfianza ciudadana ocurrió en mayo del año 2000 cuando el jefe de la misión de Observación Electoral de la OEA, Eduardo Stein, declaró que “la máquina de contar votos parece que no cuenta bien los votos”.
La sensación de que alguien puede meter la mano de manera indebida para alterar una votación es una de las fuentes de mayor indignación ciudadana pues constituye una estafa en su derecho elemental de elegir a su gobernante.
Por ello, la reconstrucción de la confianza ciudadana en los organismos electorales fue uno de los logros más importantes del gobierno de transición de Valentín Paniagua, la cual estuvo a cargo del valioso equipo dirigido por Fernando Tuesta.
Pero la barbarie electoral organizada por Montesinos y –no olvidarlo– Fujimori fue de tal magnitud que cualquier factor puede ocasionar nuevas crisis de desconfianza, como ocurrió en la noche del domingo 3 de octubre en la Plaza San Martín.
Dicha desconfianza se acrecentó en los días siguientes por la demora de la ONPE pero, también, por su falta de comunicación oportuna con la ciudadanía. Creo que el equipo de Magdalena Chu es honesto pero, también, mudo y pachochón.
Lo peor que le puede pasar a una democracia frágil como la peruana es que se deslegitime más por la sospecha de fraude en una elección que luego va a corroer el liderazgo requerido para dirigir un país con institucionalidad débil.
Por ello, hay que manejarse con prudencia en este terreno. Los candidatos –como algunos de Fuerza Social– no deben lanzar proclamas de fraude sin un fundamento sólido; los medios deben denunciar –si corresponde– pero con pruebas contundentes; y los políticos deben sacar las manos del proceso, empezando por el presidente Alan García, cuya credibilidad en el terreno electoral es muy débil desde que dijo que él iba a impedir que lo reemplace quien no le guste y, también, desde que Lourdes Flores lo acusó, en la elección del 2006, de robarle los votos para pasar a la segunda vuelta.
Fuente: La República
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