Encontramos
a Carlos Gassols en el teatro La Plaza, poco antes de una de las
funciones de Doce hombres en pugna, obra que cuestiona la pena de
muerte. El experimentado actor lamenta que muchos peruanos no valoren
bien la actividad teatral.
Su personaje en Doce hombres en pugna, ¿cómo afronta la posibilidad de condenar a muerte a alguien?
–Es
un personaje muy observador. En cierto momento dice que quizá pueda el
acusado ser culpable, pero que no está seguro, por lo que quiere
escuchar más argumentos.
Y Carlos Gassols, ¿está a favor de la pena de muerte?
–Es
muy difícil responder eso con un sí o un no porque es una cuestión de
raciocinio y emociones. Por principios podría decir que es algo
irracional, pero también pienso que hay casos en que cualquier persona
con sensibilidad piensa que se hace acreedora a esta pena la gente que
perturba a una familia cometiendo asesinato o violación contra un niño.
En fin. Es difícil ser juez y parte en estos casos, o ser juez de algo
tan delicado.
En la actuación alguna
vez debe haber asumido el papel de juez. Si viene alguien que recién
empieza a actuar y le pide un consejo al respecto, ¿qué le dice?
–Que
es una actividad difícil y que si realmente tiene vocación y talento
(porque no hay cosa más frustrante que desear algo no teniendo aptitudes
para hacerlo), luche; pero que tenga en cuenta que no puede descuidar
tener otra actividad para poder sobrevivir.
¿Eso pasó en su caso?
–Desde
luego. Como muchos actores me dedico a la docencia, a la publicidad y a
otras cosas, porque en esta actividad lo único estable es la
inestabilidad.
¿Cree que esa situación se mantiene en Lima?
–En
un buen porcentaje de casos, afortunadamente, ya hay gente que no
necesita recurrir a otras actividades; pero depende de la suerte que
tengan. Hay muchísimos actores con talento que no trabajan en televisión
y, como no lo hacen, no son mediáticos, y por eso no son llamados al
teatro o el cine. A ellos no les queda más que dedicarse a otra cosa.
Eso que ha descrito es casi un círculo vicioso: lo mediático manda.
–Es
cierto y lamentable. Hay jóvenes que estudian y llegan a participar en
proyectos teatrales; pero son muy pocos, y a veces intentan entrar al
cine y la televisión, y les cuesta mucho. Tienen que buscar gente que
los recomiende. Otros tienen la suerte de estudiar en un taller con
alguien conocido, y eso les da un nivel que les hace más fácil
profesionalizarse y ser llamados, porque sus maestros tienen poder
mediático.
¿Usted tuvo algún padrinazgo en sus inicios?
–No. Yo empecé muy chico; a los 4 años.
Empezó a una edad muy temprana, pero ¿cuándo fue que empezó a hacer cosas a un nivel más profesional?
–De
niño ya hacía teatro profesionalmente, y no era en veladas sino en
temporadas en Chile, Argentina y Bolivia. Éramos alrededor de 22
muchachos.
¿Cuál ha sido el aspecto más difícil que ha encontrado en su vida como actor?
–Ver,
ya adulto, que el público no asistía a los teatros. Hay salas que no
tienen los medios para poder publicitar lo que hacen. Entonces, la gente
no asiste y el actor tiene que enfrentarse a una enorme sala con solo
el cinco por ciento de su capacidad llena.
¿Qué se siente sobre el escenario al ver un auditorio vacío?
–Una
especie de desamparo y de frustración. Cuando viví en Buenos Aires vi
que las familias tenían en su presupuesto familiar un rubro muy pequeño
para ir al teatro por lo menos una vez al mes. Eso es educación. Cuando
no hay eso, hay desamparo.
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